La sonrisa de Ivanovic
El 24 de marzo de 1999 llovían bombas sobre Belgrado, otra de tantas veces en la convulsionada historia de la capital serbia. Pero el retumbar del cañoneo no quitaba el sueño a una niña de once años que fantaseaba desde los cinco con repetir las gestas de su compatriota Monica Seles, una extenista que lideró el tenis mundial copando las miradas de un país aturdido por la violencia y la guerra.
Hace 22 años que Miroslav Ivanovic, un economista de origen montenegrino, regaló a su hija Ana una raqueta de tenis por su quinto cumpleaños. Una raqueta que aún guarda, como si de un tesoro de incalculable valor se tratase, en el armario de su dormitorio y con la que comenzó a golpear pelotas contra la pared de su casa.
La pintura desgastada de aquella pared se convertiría en el testigo mudo de la ilusión de una niña por triunfar en un deporte tan exclusivo como el tenis desde la humilde condición de vivir en un país en permanente guerra. Una niña que se las ingenió para perseguir su sueño y que cada fría mañana de invierno acudió con su raqueta a una piscina vacía en la que improvisaba una pista de tenis donde cruzar la bola era imposible y donde se jugaba buscando la línea hasta convertir el paralelo en un tiro ganador.
En el fondo de una piscina, sin agua ni bañador, perfeccionó un tenis con el que cumpliría su sueño con apenas 20 años. Ana Ivanovic, aquella niña de piel tersa, ojos verdes, cabello oscuro y sonrisa encantadora tocó el cielo el 9 de junio de 2008: había ganado Roland Garros y era el número uno de la WTA.
Pero todo se fue tan rápido como había llegado. El éxito, la presión, las inseguridades y algunos problemas físicos inundaron su carrera, empañando una gloria efímera y desdibujando su bonita sonrisa.
Aquel 2008 fue el último que la talentosa tenista terminó entre las diez mejores raquetas y esta temporada, que arrancaría otra vez sin saborear las mieles del triunfo desde noviembre de 2011, auguraba más decepciones. Pero en enero consiguió en Australia poner fin a esa sequía y ahuyentar a sus demonios, desde entonces Ana ha cambiado y a sus 26 años la balcánica ha recuperado su sonrisa. Ganando sobre las pistas duras de Auckland y Monterrey, pero también sobre la hierba de Birmingham y alcanzando final y semifinal en la arcilla de Stuttgart y Roma cada vez está más cerca del top diez. Ivanovic vuelve a aspirar a lo máximo y pelea por regresar a la élite sobre cualquier superficie.
Firma invitada: Roberto Trueba Vallejo.
Twitter: @rtrueval
Si tú también quieres publicar tu escrito, lee esto
La revista no se solidariza expresamente con las opiniones de los colaboradores firmantes de sus escritos, ni se identifica necesariamente con los mismos, siendo responsabilidad exclusiva
de sus autores.
0 comments