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Yo estuve en el Wimbledon más extraño de la historia (hasta ahora)

By on 15 mayo, 2020

La final masculina la disputaron Richard Krajicek y MaliVai Washingont, con eso lo digo casi todo. Pero hubo mucho más en aquel Wimbledon 1996. Valga un poco de nostalgia de aquella edición ante la que se acaba de cancelar.

Por Juanma Trueba –

En los primeros pasos de mi carrera profesional viajé mucho y en los siguientes nada (me corrijo: en años posteriores fui enviado especial a Salamanca y Barcelona). Aquellos comienzos fueron deslumbrantes para mí. La primera vez que estuve en París lo hice para sustituir a un compañero (el venerable Ramón Sánchez) que debió abandonar Roland Garros por causa de fuerza mayor. Es curioso. Recuerdo mejor la imponente visión de la torre Eiffel al salir del metro que las interioridades del torneo. Por alguna razón, que dice muy poco de mi instinto periodístico, me llamó más la atención lo circunstancial, el ambiente y las parisinas, que lo meramente deportivo.

Al año siguiente tuve la ocasión de estrenarme en Wimbledon. Había estado antes en Londres, pero no sabía que el torneo está más próximo a la campiña que a la ciudad. Fue el primero de mis muchos aprendizajes.

Mi hotel, ubicado cerca de la estación de Gloucester Road, era extraordinario. Lo digo para envidia de los que han viajado luego y todavía lo hacen. Esa primera noche, sin embargo, el aire acondicionado no me dejaba dormir. Busqué cómo apagarlo, pero no encontré el panel de mandos. Así que como soy un tipo resuelto (antes más), desatornillé con un cortauñas la trampilla por la que salía el aire gélido y desconecté los primeros cables que encontré. Dormí como un niño; mejor aún, como un electricista.

De buena mañana la plana mayor del hotel me convocó para hacerme responsable de la desconexión general del aire acondicionado del edificio, lo que había supuesto un grave problema que yo debía costear. Me defendí como pude (mal) y conseguí zafarme sin saber si me encontraría con Scotland Yard al volver del torneo.

Los veteranos

Ese primer día del campeonato estuvo marcado por las lluvias, lo que provocaba constantes interrupciones y retrasos en los partidos. Pero mi entusiasmo no decaía, a pesar del estropicio hotelero. Atendía con la máxima atención a los movimientos y los consejos de los compañeros veteranos, que formaban un equipo de campaña (si han visto MASH me entenderán mejor) que recorría el mundo de torneo en torneo. Mis conocimientos eran mínimos en comparación con los suyos, pero me alivió saber que un renombrado especialista que no estaba presente había quedado marcado de por vida por el apodo que puso a Pete Sampras al poco de irrumpir en el circuito: Paquete Sampras.

POR LAS NOCHES CENABA CON MIGUEL ÁNGEL ZUBIARRAÍN, ALGO ASÍ COMO EL SANTA CLAUS DEL TENIS

En los siguientes días salí y entré del hotel sin ser interceptado, lo que me hizo pensar que el arresto llegaría cuando dejara libre mi habitación, la escena del crimen. De modo que decidí ser feliz hasta entonces. Escuchaba Capital Radio por las mañanas, durante las interrupciones por lluvia conectaba con el Tour (primera semana) y por las noches cenaba con Miguel Ángel Zubiarraín, que es algo así como el Santa Claus del tenis, además de fotógrafo, periodista, corresponsal y trotamundos impenitente. Zubi me acogió con un cariño que siempre le agradeceré.

Según los resultados de cada jornada, los periodistas hacíamos una solicitud de entrevistas al departamento de comunicación del torneo, en lo que no pasaba de ser una rueda de prensa para los enviados especiales. Salvo un día. Había jugado Conchita, ganadora dos años antes, y se había despachado sin problemas a una rival, quién sabe su nombre, todavía estábamos en las primeras rondas de la competición. Los periodistas procedimos como siempre (yo a remolque de los demás) y esperamos a que nos fuera asignada una sala. Sin embargo, esta vez se nos anunció que Conchita solo quería hablar con un periodista… conmigo.

Ni qué decir tiene que mis compañeros se giraron hacia mí en reclamación urgente de alguna explicación. Y no les pude dar ninguna convincente. Les juré que yo no conocía a Conchita y que no había hecho nada raro, más allá de desconectar el sistema de aire acondicionado de un hotel. Pero no convencí a nadie.

Entre desconcertado y orgulloso (lo admito) me dirigí hacia una sala subterránea donde esperé a Conchita. Digo subterránea, porque el edificio principal de Wimbledon tenía en sus tripas un laberinto de salas subterráneas como si fuera un búnker de la Segunda Guerra Mundial.

Apareció Conchita (tan normal, tan desmayada, tan Conchita) y yo le hice las preguntas de rigor, suponiendo que en algún momento me diría por qué me había elegido a mí. Como no lo hizo, esa fue mi última pregunta, algo patética, lo reconozco: ¿Por qué yo? “No lo sé”, contestó ella y se marchó sin darme la menor importancia.

POR ALGUNA EXTRAÑA RAZÓN, CONCHITA SOLO QUISO HABLAR CON UN PERIODISTA… CONMIGO

Le pasé mis apuntes al resto de compañeros y algunos no volvieron a confiar en mí, si es que alguna vez lo hicieron. No les culpo.

Continuó lloviendo en Londres, en la misma medida que lo hacía en Francia, un mal augurio para lo que debía ser el sexto Tour seguido de Indurain. Y siguieron sucediendo cosas extrañas. Sampras (Paquete) fue derrotado en cuartos de final por el holandés Richard Krajicek (decimoséptimo cabeza de serie) y el exótico Malivai Washington venció a Todd Martin (13) en semifinales. De tal forma que los allí presentes asistimos a una final inaudita, Krajicek-Washington, mi primera y única final en Wimbledon, ya ven qué cosas.

La chica que no vi

Diré, como consuelo menor, que una muchacha saltó desnuda a la pista para honrar una tradición ancestral entre los anglosajones: despelotarse. Para mi desgracia, la irrupción de Venus me pilló fuera de la pista haciendo dios sabe qué.

Abandoné el hotel sin mirar a los ojos del recepcionista y ninguna patrulla policial me detuvo camino del aeropuerto.

Desde entonces, cualquier pradera me parece un erial en comparación con aquel césped de Wimbledon, cortado con tijera y lavado con Sunsilk. En eso pienso ahora, un día después de hacerse oficial que no habrá torneo este año, ni fresas con nata, ni porteros disfrazados como generales, ni juezas de línea vestidas como institutrices. No habrá Wimbledon 2020 y a mí, como acto reivindicativo, me están dando muchas ganas de desconectar algún aire acondicionado.  

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