¿Falta mucho?
Horas perdidas mirando el reloj. Días insanos observando el calendario. Semanas absurdas pensando en el futuro. Como aquellos viajes interminables de verano en los que nuestro padre conducía hacia un nuevo destino, el mundo del tenis vive pendiente del único factor que, de momento, el ser humano no ha sido capaz de controlar: el tiempo. Las agujas corren pero el trayecto no acaba. Curioso que lo que para ellos, los jugadores, sea un diciembre de reposo y tranquilidad, para nosotros, el aficionado, se transforme en dos quincenas de inquietud y desespero. «Ya no puedo más«, «por favor que sea ya enero» o «¿cómo era mi vida cuando no dependía el tenis?» son solo algunas frases que se escapan mientras aguardamos el final de este infierno sin nuestro deporte rey. Para muchos, una manera de vivir.
Todavía con la resaca de la Copa Davis, donde Federer y Wawrinka firmaron la paz bajo la sombra de la Ensaladera, o el circo de la IPTL, donde varios jugadores inflaron sus bolsillos a costa de dar espectáculo ante unas gradas desiertas, las jornadas avanzan mientras el nuevo curso se va poniendo en marcha. Pretemporadas vía Twitter, cambios en los banquillos, nuevos contratos de publicidad, convocatorias para próximos torneos o alguna que otra noticia de papel cuché es todo lo que aflora en este último tramo de 2014, horroroso para aquellos que aún soñamos con una pelota pasando la red. Los periodistas nos llevamos la peor parte, acostumbrados a la vorágine de información e inyección de partidos durante el año, forzados en estos momentos a escribir resúmenes, clasificaciones y demás anécdotas sobre lo ocurrido meses atrás. El ya clásico periodo de reflexión.
El recorrido es largo como las piernas de Del Potro, cansado como un partido a cinco mangas ante Robredo, cargante como el sol de Melbourne a casi 40ºC, aburrido como un Simon-Murray sobre polvo de ladrillo, incómodo como un duelo ante Karlovic, irritante como una pataleta de Fognini, trágico como Benneteau en una final o exasperante como una nueva lesión de Nadal. Los partidos de exhibición no son suficiente para calmar esta sed -aunque algo hidratan-, con lo que todo apunta al día 4 de enero, fecha en la que Brisbane pondrá punto y final a esta punzante herida. Dos semanas y se acabó la tortura. Repito, dos semanas.
Y es que los que amamos este deporte no podemos desprendernos de esta fijación, es inevitable. Nuestro instinto masoquista nos lleva a imaginarnos a Federer celebrando las 1000 victorias, a Nadal levantando el décimo Roland Garros, a Nishikori ganando un Grand Slam, a Kyrgios asaltando el top-10 o a España regresando al Grupo Mundial de Copa Davis. Son imágenes que se forman solas, sin pensarlas. La osadía de Kozlov, la explosión de Coric, el hombro de Haas, la retirada de Hewitt, la dictadura de Djokovic, la hierba de Wimbledon, el fragor del Us Open, la altitud de Kitzbühel, la cercanía de El Espinar, la generación del 97 … mil y una historias que confluyen en la azotea de cada uno, esperando a que se hagan realidad y estar allí para poder contarlo. Supongo que se llama vocación, viene de serie. Mientras tanto, solo podemos repetir una vez más… ¿falta mucho?
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